
Tratado de botánica árabe
Botánica
Redactó en este campo y en colaboración con Abu-l-Hasán Sufián al-Andalusí un Libro de las experiencias, con el que se quería completar el Libro sobre los medicamentos simples del toledano Ibn Wafid (m. 1075), el Abenguefiz de los farmacólogos latinos medievales, y aunque el libro se perdió, se sabe de él por las más de doscientas alusiones y citas que de él hace el malagueño Ibn al-Baitar (h. 1190-1248). Se conservan solo dos breves tratados, el Kalam 'ala ba'a kitab al-nabat (Discurso acerca de algunos libros sobre las plantas) y Kalamu-hu fi-l-nilufar (Discurso sobre el nenúfar).
En el primero de estos tratados se comprueba que Avempace, junto con Averroes e Ibn Zuhr o Avenzoar, es el eslabón entre los dos grandes botánicos andalusíes: Al-Bakrí (m. en 1094) y Al-Gafiqí (m. en 1166). Por otro lado parece ser que esta obra influyó directa o indirectamente en el De vegetalibus de San Alberto Magno (1206-1280). En el segundo se plantea, poniendo como ejemplo el nenúfar, que no tiene raíces terrestres, si hay una clara división entre el reino animal y el vegetal e indaga sobre la reproducción vegetal, sobre la que Aristóteles había concluido que no había reproducción sexual, sino que dependía de la nutrición y el crecimiento. Avempace plantea la posibilidad de la sexualidad vegetal, aunque no llega a ninguna solución definitiva, que no llegaría hasta la obra de Rudolf Jacob Camerarius (1665-1721).
Hay que recordar que Avempace se dedicó toda su vida a su profesión de médico, por la que fue muy reputado desde sus comienzos en Zaragoza hasta el fin de sus días en Fez, y que su medicina se basaba fundamentalmente en el conocimiento de las propiedades curativas de las plantas, lo que hacía que todo gran médico fuese a su vez un profundo conocedor de la botánica.
Física
En el terreno de la física, las ideas de Avempace nos han llegado a través de los testimonios de Averroes y a través de un manuscrito que contiene un comentario a la Física de Aristóteles y una carta dirigida a su amigo Ibn Hasday. Las fuentes que emplea para estos comentarios son el comentario a la Física del estagirita de Alejandro de Afrodisias (siglo III) y las ideas neoplatónicas de Juan Filopón (siglo VI). Su física es más teórica que práctica, y contrasta con la de Averroes pues esta teñida de platonismo.

Tablas alfonsíes. La astronomía de Alfonso X el Sabio partió de los conocimientos árabes.
Astronomía
Avempace escribe el pequeño tratado Nubad yasira 'ala al-handasa wa-l-hay'a (Fragmentos sencillos sobre geometría y astronomía) y por una cita de Maimónides. Una vez más, se apartó de Aristóteles al concebir un sistema astronómico sin epiclos pero con esferas excéntricas, al modo de Ptolomeo.
La astronomía era una ciencia fundamental para el mundo árabe, pues era la disciplina obligada para todos los sabios, que completaba o daba sentido a la física, la matemática y otros saberes. Las tablas diseñadas por los astrónomos árabes fueron la base de los libros de astronomía de Alfonso X el Sabio (siglo XIII).
No hay que olvidar, sin embargo, que los científicos islámicos consideraban la astronomía y la astrología como una misma área científica, lo que hace que sus conclusiones, muchas veces orientadas a la adivinación (pues era para ellos solo la lectura del gran libro celeste creado por Alá) y a otros fines, no tienen el mismo objeto que en nuestros días.
Filosofía
Su pensamiento se puede resumir de la siguiente manera: el ideal del hombre es el conocimiento puro, la especulación y la contemplación pura.
Dice en la Carta del Adiós refiriéndose a la ciencia y la filosofía:
siempre será cierto que nosotros abrigamos la esperanza de llegar con ellas a algo grande, que no sabemos qué cosa sea en concreto, aunque sí sabemos que a su grandeza no encontramos cosas con qué compararla en el alma, no podemos tampoco expresar cómo cabría corresponder a su nobleza, majestad y hermosura. Hasta tal punto es así, que algunos hombres creen que con ella se transforman en luz y que suben al cielo [...]
Avempace, Carta del Adiós.
Se trata, como se ha dicho, de una «contemplación «pura» es decir, desprovista de acción, buscada por sí misma y no por el placer y felicidad que nos pueda reportar ni en esta vida ni en la otra. En esta situación, «el hombre deja de ser humano para convertirse en divino», porque con semejante contemplación el hombre se identifica y funde con Dios.
Si para Avempace es válida la definición aristotélica de hombre como «animal racional», sin embargo, no es la que apunta a lo más radical y fundamental del hombre, puesto que, por encima de la razón, está el «intelecto», el «hombre intelectual».
En efecto distingue entre tres niveles en el hombre:
Los pertenecientes a la gran «masa», que solo saben de las cosas materiales, singulares, sometidas al espacio y al transcurrir del tiempo.
En un estrato superior están los hombres de ciencia, los que usan la «razón», con la cual «abstraen» las nociones y las leyes universales partiendo de las cosas singulares materiales, para luego aplicarlas de nuevo a esos objetos individuales y dimensionados. En este estrato, «aunque el hombre se introduce en el nivel especulativo, no se despoja totalmente de lo material», pues dependen de él para abstraer y necesitan de él para aplicar los principios de la ciencia que practican y construyen. Se trata del «nivel de los hombres científicos».
Por fin, el tercer nivel, el superior, es el de los que abandonan por completo el espacio, el tiempo, lo singular y lo material, para contemplar únicamente los seres espirituales, los inteligibles puros, suministrados por el «Intelecto Agente», intermediario entre Dios y lo material. Por medio de él se une a Dios en una vía mística, extática, llevada a cabo por un Intelecto que no es racional, sino suprarracional. De este modo la unión y fusión absoluta en Dios, con la felicidad suprema, se llevan a cabo «en esta vida» poniendo así en peligro un concepto coránico, la inmortalidad en la otra vida, y perdiéndose la individualidad personal en el tránsito hacia el paraíso.
Pero para Avempace este último nivel es difícilmente alcanzable debido a que las circunstancias de la vida en sociedad ponen todo tipo de trabas a su consecución. Por ello, Avempace, por primera vez en la historia, y en una idea que será muy cara a la ascética, a Kierkegaard o a Nietzsche, propone el apartamiento de la sociedad política en que vive para cumplir ese destino último. El hombre debe emprender un camino íntimo con un objetivo claro al que dirigir todos sus pasos, el «régimen del solitario», para de este modo alcanzar la excelsitud. El término «régimen» (tabdir en árabe) es aclarado en su libro El régimen del solitario con estas palabras:
La palabra «régimen» se dice en la lengua de los árabes en muchos sentidos que los lingüistas han estudiado. Pero el significado más conocido es, en resumidas cuentas, el que se refiere a la ordenación de unos actos con vistas a un fin propuesto.
Avempace, El régimen del solitario.
Sigue entonces aclarando que el régimen solo se puede dar en los seres racionales e intelectuales, que son los únicos capaces de proponerse un fin para ordenar, dirigir, gobernar sus acciones de cara al mismo. Por eso,
el régimen por excelencia, —dice Avempace— el que se entiende como tal y por excelencia, es el de Dios al crear y gobernar el mundo, del cual el del hombre es solo una derivación y copia defectuosa. Y, dentro del régimen humano —concluye— el que se entiende como tal y por excelencia, es el político, a saber, el del gobierno de la ciudad por parte del gobernante que encamina las acciones de todos sus súbditos racionales hacia el fin supremo de la perfección total y felicidad plena de los mismos y del cuerpo social.
Avempace, El régimen del solitario.
Cuando un grupo de hombres alcancen la excelsitud podrán establecer «una comunidad en que reine la justicia y la salud», no necesitando ni médicos, pues todos conocerán el modo en que deben alimentarse y administrarse remedios. Esta república, basada en la de Platón, es el ideal político al que se llega en la Política de Avempace, como nueva sociedad civil muy distinta de la que se partía. Por tanto, queda claro que el hombre es un ser social por naturaleza, y solo excepcional y accidentalmente se aparta del estado corrupto para poder buscar su propia perfección que luego aplicará a la sociedad regida por la verdad, la virtud y el amor entre los hombres.
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